Son las tres y media de la mañana, y no consigo dormir. Quizás sea la fiebre, quizás el dolor de cabeza o, quizás, que los recuerdos no me dejan.
Sé que algún día leerás esto, aunque en ese momento no me importará, pero ahora sí lo hace, así que allá va:Hoy he leído nuestras conversaciones por primera vez en mucho tiempo. Me he puesto a pensar en como empezó todo, en quién creías que era yo, y en mi mala curiosidad. He leído esas metáforas astutas, esos juegos de palabras, esos ______ de noches. Esas palabras que hacían que mi cuerpo se doblara nada más pensar en ti. Doblarse de dolor, de placer, quién sabe. Cuántas cosas me prometiste. Cuántos sueños que, posiblemente, no se cumplirán.
Fui un juego, un entretenimiento, nada más.
Pero tú, me llegaste al corazón del que carezco. Tú, pequeño-grande diablo, hiciste que mis noches fueran más largas y que necesitara pensar en ti antes de dormir.
Y no te lo voy a negar, tengo miedo a verte. Sí, tengo mucho miedo. Porque sé que lo haré, sé que me lanzaré a ti como una gatita en celo. Y no quiero, necesito dignidad de esa de la que (muchas veces) no tengo.
Tengo miedo a verte, pero tengo miedo a perderte.
Por eso, tiempo después empecé a buscar cosas que me habías enseñado. Música y películas. Libros. Y devoré toda esa cultura en menos de veinticuatro horas.
Y, sigo llorando con esta canción que no me enseñaste tú.
Pero, que en el fondo, me recuerda a ti.




